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COLUMNISTA
22 de marzo de 2016
Cuando un joven un elige un oficio o profesión, habitualmente desea lograr a través del mismo una realización económica afín a sus ideas o predisposiciones.
Andrés Penachino - Columnista Invitado
Cada fin de año, una gran cantidad de estudiantes pasa a la faz de iniciación laboral, sin embargo, el grueso de esos postulantes comienza a sufrir enormes frustraciones al no conseguir un trabajo afín a su especialidad.
Después de un tiempo de búsqueda, y al ver frustrados los intentos de conseguir un empleo acorde a su especialidad comienzan a buscar cualquier trabajo que les brinde sustento.
Así las cosas, ingresan a empresas sin saber siquiera el tipo de tarea que deben desarrollar.
Uno de los peligros que esto genera, es la desesperación de los que sufren la falta de trabajo, es que muchas veces por necesidad toman caminos no siempre lógicos ni éticos.
Se trata en este caso de los que lucran con labores que apuntan a la credulidad ajena, y de aquella antigua especulación de ganar dinero en forma aparentemente sencilla, sin méritos suficientes ni esfuerzos duraderos.
Desde hace un tiempo se instrumentaron diversas formas de captar gente en forma transitoria, capacitarla para vender productos y servicios no siempre útiles o necesarios.
Ejemplos sobran. En los setenta y los ochenta prosperaron las ventas de productos de limpieza, vajilla o utensilios de plástico de alto impacto, cosméticos, bijouterie, enciclopedias o terrenos en la mejor ubicación de la en la luna.
A aquellos productos, en los tiempos que vivimos debemos sumarles las compañías que invocan el carácter de transnacionales, dedicadas a la venta de teléfonos celulares o tiempos compartidos.
Para esta tarea mediante sugestivos avisos se captan jóvenes que puedan cumplir requisitos tales como capacidad de desenvolvimiento, creatividad, buena presencia, estudios completos, etc.
Una vez entrenados salen a la calle apoyados por una pequeña estructura a captar nuevos adquirentes.
Los podemos ubicar en alguna esquina tratando de formas diversas de “obsequiarnos un celular”, o llamando por teléfono para anunciarnos que hemos ganado un crucero, un viaje fabuloso o cosa parecida.
Estos vendedores, esclavos de la post-modernidad, son nuevos estafadores entrenados, en el mejor de los casos ara ocultar información relevante sobre el producto o servicio que se desean vender, cuando no a mentir.
El regalo del celular no es tal pues, al firmar el contrato de ningún modo se indica en forma previa que el servicio debe ser mantenido al menos dos, años con un costo obvio de mantenimiento mensual.
El viaje regalado termina convirtiéndose en una interminable charla sobre las bondades de adquirir en un lugar exótico un tiempo compartido, a un costo menos que irrisorio.
Los jóvenes se encuentran en la difícil situación de aceptar un trabajo deshonesto o perder las pocas posibilidades de hacerse unos pesos. Queda así atrapado en un sistema que premia la estafa y castiga la buena fe. Con el latente peligro de perder el trabajo si la información “oculta” es difundida o de ser premiados si mienten o estafan sin que ello se note, encerrándolos en una situación por demás contradictoria porque hagan lo que hagan siempre saldrán perjudicados, por acción o por omisión.Si el estado de necesidad los lleva a realizar actos poco éticos, poco a poco también perderán la dignidad, aunque obtengan en forma totalmente circunstancial dinero en forma fácil. Jamás el estado de necesidad implica el estado de aceptación del delito sea este transitorio o permanente.
La cultura del trabajo honesto necesita imprescindiblemente de una serie de factores, que deben necesariamente adquirirse en el hogar, y en cada lugar que transite el joven. La honestidad, el buen criterio y el esfuerzo diario son virtudes que deben tener plena vigencia.
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