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COLUMNISTA

1 de marzo de 2017

El gran corso

Escribe el Profesor Eduardo Rodríguez
"1930 fue un año inolvidable para quienes esperan el carnaval. Detrás del antifaz, la careta o el disfraz, quedada escondida la miseria cotidiana...".

1930 fue un año inolvidable para quienes esperan el carnaval. Detrás del antifaz, la careta o el disfraz, quedada escondida la miseria cotidiana. Las máscaras permitían la loca fantasía de vivir por unas horas el mundo de los personajes anhelados, lejos de los horarios, los trabajos y las segregaciones. 
Para los más pequeños el juego de agua seguía teniendo sus atractivos. Provistos de serpentinas, pomos, bombas de agua y hasta huevos podridos, se introducían en el corso radiante de luces y colores. Los carnavales, con sus altibajos, seguían siendo las fiestas populares donde todos podían permitirse, por unos días, la loca ilusión de ser todos protagonistas. 
En 1930, la Sociedad de Fomento decide tomar a su cargo la organización de unas fiestas históricas: serían las primeras en realizarse a la noche, ya que Lezama contaba desde el 1º  de Febrero de ese año con luz pública. Esta vez el epicentro será la Avenida Cobo (entonces conocida como C) iluminada con focos de colores. Azorados los vecinos asistían por primera vez a una fiesta donde la luz era la exclusiva protagonista; al fondo el ruido ensordecedor de los motores generadores de energía les recordaba a los lezamenses el origen de la sorpresa, el Salón Social iluminado se encontraba enmarcado por los palcos a lo largo de la Avenida; la farmacia Plou y Sanucci inaugura una tradición que durará algunos años: patrocinan los corsos con un premio especial a los disfraces infantiles. Por días los niños asistían a las vidrieras a “desear” los juguetes expuestos y así entusiasmarse con los disfraces que llevarían en aquellas tres noches: 2, 3 y 4 de marzo. 
El Fomento escribía “desfilaron en el corso muchos automóviles y carruaje muy bien adornados, destacándose hasta ahora el del señor Luis Pasuello y familia, auto, Juan Zamboni con señoritas de López, Zamboni y Villanueva. 
Aramburu y Suzzane en camión, Haramboure, Barandica y familia, auto, llamó mucho la atención el cochecito que ocuparon los niños de Miller, Lucastegui, Berisciartúa (sic) y Rígoli. Ocuparon palcos y vestían de fantasías las señoritas de Bonadeo, Duarte Arrieta y Blanco. Una murga “La Filarmónica” organizada por los señores Francese y Duarte, hizo también un papel lucido recorriendo las tres noches el corso y estacionándose en distintos lugares para ejecutar trozos de su programa. La presentación de ésta causó muy buen impresión. 
Un borrico nada burro. Recorrió también el corso un borrico que llamó la atención de todos por su inteligencia, pues sin serlo imitaba bastante bien la familia asnal. 
Fantasías y disfraces infantiles: hemos visto de fantasía a las niñas de Aenlle, Alfonsín, Llobet, Francese, Fernández, Codazza, Pérez Castro, López y otros que no recordamos y niños a los de Rubio, Pérez, Laboreau,Piperno, etc. 
Lindo grupo de bebas acompañados por papás, esposos y abuelos se presentó el primer día. 
El aeroplano en miniatura piloteado por el joven Antonio Rouco fue admirado por la concurrencia y demostró tener un excelente gusto para presentar tan interesante, lamentándose solo el hecho de que no se le haya imitado un tren de aterrizaje que ocultara la bicicleta”. 
Esta larga crónica muestra el entusiasmo con que el público acompañó esta fiesta inaugural en varios sentidos: las luces de colores, las noches de carnaval, la Avenida Cobo como epicentro tradicional y los premios a los niños como aliciente para protagonizar estas fiestas. El cambio de actitud de la Sociedad de Fomento es todo un dato que se quiebra prontamente cuando unos meses más tarde el Golpe de Estado al Presidente Irigoyen instala un gobierno de facto que verá con desagrado este tipo de manifestaciones.
Los años subsiguientes las crónicas dan cuenta de un clima represivo, un edicto policial de 1932 establecía la prohibición de caretas y antifaces lo cual solo se podían adornar autos o carruajes. A pesar de ese clima, vecinos como Pedro Echeverría repartía golosinas a los niños o el conjunto musical “Los últimos gauchos” animaban las fiestas populares mientras los peatones jugaban a las serpentinas en la Avenida Cobo. 

 

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