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Despejado
COLUMNISTA
27 de julio de 2016
Ely Grimaldi - Inspectora Nivel Primario
Hace unos días tuve una jornada de trabajo con un grupo de directores de mi área de supervisión. Comencé la misma con una dinámica donde todos debíamos saludarnos, hacernos preguntas disparatadas donde había que escuchar la pregunta y ofrecer la respuesta y luego tuvimos que abrazarnos.
Recomiendo buscar “abrazoterapia”; casi todos los artículos que leí no tienen desperdicio.
Ensayamos varios tipos de abrazos, si claro que existen muchos. Si les digo que nos abrazamos como osos me van a decir: ¡ah que descubrimiento hizo Ely! Pero si les digo que practicamos el abrazo grupal, el sanguchito, que hubo abrazos de mejilla y efusivos, también hicimos el abrazo de atrás y nos encantó el abrazo de corazón, ¡uh ese sí que causa alguito!
También les cuento que hay muchos más. ¿Vieron?, no siempre el abrazo es abrazo y ya.
Al finalizar ese primer momento, hablamos sobre la actividad: sobre lo lindo, lo emotivo, lo necesario y lo raro que son los abrazos y que no a todos les gustan.
Una de las dires nos contó que tuvo un alumno que le pidió expresamente que lo abrace todo lo que quisiera, pero que besos no le dé y que tuvo otro ponía la mejilla para que le den besos pero jamás permitía que alguien lo abrace.
Si hay algo que nos encanta a los maestros es saber los por qué de casi todo, y esta seño no es una excepción. Tanto fue el cántaro a la fuente que al final descubrió algo: al nene que no le gustaban los besos era porque una de sus tías abuela lo marcaba todo con lápiz labial y le dejaba el olor al mismo y eso no le gustaba ni medio.
Ahora, descubrir porque no le gustaban los abrazos al otro niño fue más complejo y encontró la respuesta de casualidad, casualidades en las que no creo nada.
Invitados los padres a una reunión en la escuela, ella se acerca y comienza a saludarlos con cálidos abrazos; por supuesto es muy “abracera” la señora. Cuando llegó al papá de este niño, estuvo muy lejos de poder demostrarle su afecto del mismo modo; el señor estiró su brazo y le ofreció una gran mano para que sea estrechada, pero de abrazos ni hablar.
Entonces ideó algunas situaciones para que ese niño, que seguramente no recibía muchos brazos solidarios en su vida, pudiera experimentar el gran alivio que estos producen.
Una mañana les dijo que le dolía mucho la cabeza, que creía que estaba por enfermarse. Todos los niños acudieron en su ayuda, uno le hizo masajitos en el cuello, otro le tironeó despacito el cabello, otro le puso pañitos fríos en las muñecas, el de primero le dibujó círculos de energía en la frente con tiza rosa y a Él le pidió un abrazo. Lo miró a los ojos y le dijo: creo que se cual es mi remedio “un abrazo tuyo”. El niño con tal de ayudar a su seño no lo dudó un instante. Ella aprovechó y se quedó un largo rato abrazando ese pequeño cuerpecito y aprovechó para decirle al oído y muy bajito: “muchas gracias por tu ayuda”.
Cuando se separaron, porque siempre existe un tiempo para abrazarse pero también uno para separarse, la sonrisa del niño era enorme.
A partir de ese día implementó la técnica de los abrazos como sanadores y las relaciones en esa escuelita de campo, muy lejos de la mayoría de las cosas pero tan cerca a muchas otras, fueron cada vez más solidas, más intensas.
La cuestión es que en una fiestita escolar alumnos y seño comenzaron la misma con la técnica de los abrazos y nadie pudo resistirse, hasta este papá de las manos grandes; los brazos de niños y adultos pudieron sacarle sonrisas y gestos de ternura.
Mis queridos lectores, mis respetados docentes, “enseñemos con amor, abracemos y no solo con los brazos; a los niños, a los adultos, a los viejos, a los animales, a las plantas porque todo el amor que entreguemos vuelve multiplicado.
Y si no me creen… pregúntele a la Seño
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