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Despejado
7 de julio de 2015
Licenciada en Psicología Laura Vignola
Columnista invitada
Hay algunos trastornos del sueño que tienen a mal traer a los papás. Es el caso de los terrores nocturnos. Durante la noche, el sueño pasa por una serie de fases. Los terrores nocturnos suelen ocurrir de dos a tres horas después de que el niño se duerme, en la fase de sueño más profunda, antes de pasar a la más superficial que se caracteriza por una serie de movimientos oculares y se llama período REM. Estos terrores suelen producirse por lo tanto en la fase de sueño más profundo, cuando la mente está en blanco, y eso ha sido un motivo de curiosidad por parte de los profesionales que se dedican a investigar los trastornos del sueño. Es durante esa etapa de sueño profundo que el niño se agita y se asusta y a esa reacción de miedo se la llama terror nocturno.
Normalmente los terrores nocturnos o las pesadillas no constituyen trastornos importantes, pero sí que pueden ser objeto de asesoramiento o consulta psicológica por los efectos secundarios que pueden producir en el niño, tales como miedo a dormirse, a la noche, a la oscuridad, ansiedad, irritabilidad, etc. Se producen generalmente entre los 3 y 10 años aunque se han observado casos de niños a partir de los dieciocho meses.
Durante el mismo, el chico se muestra sumamente alterado y asustado, puede gritar, se agita, comienza a transpirar, se le acelera el ritmo cardíaco, algunas veces se levanta de la cama y puede salir de ella caminando o corriendo como huyendo de algo, por lo cual es importante acondicionar el dormitorio para que no corra peligro de golpearse o lastimarse. El episodio dura entre diez y quince minutos. Luego el niño se calma y se vuelve a dormir. A diferencia de las pesadillas, que se suelen recordar y producirse en la segunda mitad de la noche, al día siguiente el niño no tiene ningún recuerdo del episodio ni imágenes del mismo. Por lo tanto, no es necesario ni conveniente que los padres le comenten el episodio o hablen acerca de él con el niño.
Los padres suelen alarmarse bastante y sentirse impotentes al no poder consolar a su hijo. Lo más conveniente ante un terror nocturno es esperar a que pase y asegurarse de que el niño no se haga daño al agitarse. Es conveniente acompañarlo sin intentar despertarlo para que el proceso se produzca en forma natural, no se despierte confundido y le cueste volver a conciliar el sueño.
Generalmente los papás consultan cuando se han producido algunos episodios. Se les hace ver que si los episodios no se reiteran en forma continuada, no hay que preocuparse y esperar que pasen. Únicamente se recomienda tratamiento en niños cuya frecuencia y sistematicidad de la aparición del episodio afecta su actividad normal.
En los adultos suelen empezar entre los 20 y 30 años, generalmente en adultos que los padecían de chicos, y están generalmente asociados, a diferencia de los niños, a trastornos psicológicos, estrés postraumático, trastornos de ansiedad y otros trastornos de la personalidad.
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